A lo largo de los últimos años, la coyuntura de crisis en la que se ha visto inmerso nuestro tejido productivo, empresarial y laboral ha supuesto la aparición de una gran cantidad de efectos negativos y claramente visibles para el funcionamiento normal de las empresas y las familias, tales como el cierre de multitud de entidades, con el consecuente aumento acelerado del desempleo y de los índices de morosidad, que han actuado como efecto dominó o multiplicador hacia la práctica totalidad de sectores de actividad tradicionales.
Del mismo modo, durante este periodo, en el seno de las empresas se ha experimentado una tendencia generalizada hacia la paralización de todos aquellos procesos dirigidos a la mejora de la cualificación de su personal laboral y directivo, bajo la premisa equivocada de que las partidas dedicadas a la formación suponían un coste, en lugar de una inversión.
Una vez que ha pasado lo peor, tanto en el curso pasado como en el actual se está percibiendo un repunte de la demanda de formación para personal directivo, que todavía se puede considerar asimétrica, al estar condicionada a la recuperación efectiva de los distintos sectores de actividad presentes en nuestra economía.
Una gran parte de responsabilidad en este cambio de tendencia radica en la mejora de la coyuntura general pero, de forma análoga, las principales escuelas de negocio de nuestro país han llevado a cabo un necesario proceso de reflexión para readaptar sus programas formativos a las necesidades reales del personal directivo, intensificando la presencia de la innovación en las aulas.
Asimismo, se puede observar un reenfoque del perfil del alumnado hacia un mayor interés por la participación internacional, aprovechando el atractivo que nuestro país ofrece en otros aspectos como el idioma, el turismo o la gastronomía.
Desde el sector de las escuelas de negocio, el principal afectado por esta postura conservadora en cuanto a la inversión en formación, el descenso en el alumnado ha motivado la puesta en práctica de diversos programas conjuntos con entidades extranjeras, a priori competidoras, con objeto de alcanzar niveles de participación suficientes para no incurrir en pérdidas económicas.
Tal y como ha afirmado recientemente Santiago Íñiguez, decano de IE Business School, en declaraciones al Diario El País “el sector sigue siendo el rompehielos de la educación superior, donde se aprecia más innovación en la enseñanza, la tecnología, los materiales y los nuevos formatos. Es algo natural por la conexión directa de las escuelas de negocios con el mercado y con las empresas reclutadoras. La crisis nos ha enseñado que hace falta tener planes de contingencia, de diversificación y no caer en la autocomplacencia”.